Mirko

La edad de los sueños

Yo tan solo 20 años tenía…y recién comenzaba mi carrera en la docencia. Era 1988 y, por primera vez, sería responsable de un aula de principio a fin del año escolar. Me asignaron 5º grado, niños de 10 años. Con realismo, me dejé la barba para parecer mayor a los ojos de mis alumnos.

No empezó bien, como para que fuéramos sabiendo que los sueños no son gratuitos. No empezó bien porque los gremios llamaron a la huelga y el comienzo de las clases se postergó 40 días. Cuando, finalmente, empezamos, me encontré con 40 pibes, todos varones, desordenados, revoltosos y, especialmente, muy futboleros. Entre ellos había un flaquito rubio, de mirada tímida y voz apagada. Se llamaba Mirko Saric. Su padre se declaraba croata, en una época en que Croacia era una entelequia dentro de la Yugoslavia de Tito.

Mirko era un alumno término medio, que pasaba desapercibido en la clase. Hasta que llegaba el recreo. Cuando agarraba la pelota, se transformaba. Era hábil, gambeteaba con desparpajo y se movía con aplomo. Supe que militaba en los equipos infantiles de San Lorenzo de Almagro. Tenía, como casi todos los pibes argentinos, sueños de primera división. Y mostraba potencial.

A fin de ese año, acepté una oferta de otro colegio y no lo volví a ver.

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¿El sueño se cumple?

Diez años más tarde, se empezó a hablar de un equipo juvenil de San Lorenzo, apodado “La Cicloneta”. Se decía que eran un espectáculo. Un día, en el diario Olé leí la formación de ese conjunto. Ahí estaba Mirko. Me alegré por él. Inocentemente, el maestro cree que sus alumnos son parte de él y que si a ellos les va bien, a él le va bien.

En un par de años, debutó en primera. Fue una revelación y se llenaron páginas con lo que le esperaba a la nueva figura: reportajes, ofertas de Europa, la Selección… Mirko se veía feliz. Y el maestro, orgulloso.

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El descenso a los infiernos

En todas las mitologías, el héroe se da una vuelta por el inframundo. Cuando vuelve, su heroicidad no necesita de más pruebas. Así pasa a veces en la vida real. Pero sólo a veces.

De pronto, Mirko desapareció del primer equipo. Se mencionó la indisciplina como causa, pero el entrenador lo negó. En un encuentro de reserva, se rompió la rodilla. Las desgracias lo esperaban agazapadas. Chocó con el auto y se golpeó en el mismo miembro lesionado. Sufrió un desengaño amoroso, cruel y destructivo. Estaba calentando para ingresar en un partido de primera cuando lo atropelló el carrito de los lesionados y le lastimó un tobillo. Los sueños de Mirko se resistían a cumplirse.

Una tarde, miraba televisión con mi hijo mayor, que tenía 2 años. Vi a Mirko en la pantalla de TYC Sports. Presté atención, pensando que anunciaban su regreso al equipo principal. Pero la noticia era la peor posible. Mirko Saric se había quitado la vida.

Como imaginarán, fue una conmoción. Los medios que durante meses no se habían ocupado de Mirko ahora explicaban las causas de la terrible decisión tomada por el pibe. La institución quiso suspender un partido internacional que tenía ese día, pero el rival y la CONMEBOL no aceptaron, mostrando una incalificable falta de humanidad. Ex jugadores se atrevieron a juzgar a Mirko, con mucha carencia de vergüenza y absoluto desconocimiento de la persona y de sus circunstancias. Se hacían las más variadas conjeturas. Se dijo que se negaba a tomar antidepresivos, por temor a que le dieran positivo en los controles antidoping.

Pero las especulaciones sobran. Solo Mirko, en esa espantosa soledad que es la depresión; solo él y Dios saben la verdad. Tal vez, la pelota era su única alegría. Cuando se la negaron, la tristeza se le hizo insoportable.

Los sueños truncos.

La vida siguió. La docencia me hizo feliz y me decepcionó, casi en partes iguales. Lo que es seguro, es que se parece muy poco a los sueños que tenía en 1988.

Pienso a menudo en Mirko. Es un dolor que no me puedo quitar. Ingenuamente, lo siento como una pérdida. Será porque cuando nos cruzamos ambos teníamos sueños, mucho antes de que la realidad los dejara truncos.

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El desencanto del amor.

Llevo desde el fin del Mundial sin ver un solo partido de fútbol. Ni Depor-Celta, ni Barça-Madrid, ni Argentina-Brasil. Mi lado yonki futbolístico sobrevive a base de resúmenes de encuentros en Youtube, crónicas periodísticas y alguna escapada a páginas de apuestas deportivas, donde malgasto mis escasos ahorros soñando con combinaciones imposibles. El Mundial de Brasil parece que ha sido el canto del cisne en mi gusto por el fútbol. Empiezo a verlo, me enerva y lo quito. Voy al estadio, miro a mi alrededor, no comprendo nada y me vuelvo a mi casa. No hay nada que me incite a ver un partido los sábados, ni los domingos. Pierdo los fines de semanas leyendo chorradas de filósofos franceses que se contradecían a cada palabra y el fútbol apantallado ya no me importa más. Todo lo que sé de la vida me lo enseñó el no ir a un estadio de fútbol.

Se vive bien sin fútbol, hagan la prueba. Lean un libro sobre cocina o cocinen un libro sobre semiótica. ¿Qué sé yo? Pero no vean más fútbol. Háganme ese favor. Acompáñenme en este viaje de barbecho durante unos meses y díganme si realmente vale la pena sufrir por unos cuantos niñatos engominados millonarios y arrogantes. Suena absurdo, ¿verdad? Será porque lo es. No tiene sentido ver fútbol. Ni siquiera tiene sentido jugar al fútbol si lo haces mal y no puedes vivir de ello ¿Por qué entonces sigo soñando con los goles que nunca marqué, con pases que nunca di y con despejes que nunca hice? ¿Por qué ese deporte sigue en mí a pesar de que ya no me importa una mierda? Una droga muy dura esto del balompié. El «19 días y 500 noches» de Sabina se queda demasiado corto para describirte.

Rosario siempre estuvo cerca

Rosario siempre estuvo cerca de la hazaña. Además de ser la cuna de la Bandera Nacional, del Che Guevara, del Rock argentino y de Luciana Aymar; los avatares de la pelota siempre la tuvieron como protagonista.

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El 30 de octubre de 1921, argentinos y uruguayos jugaban en la entrañable cancha de Sportivo Barracas por el Campeonato Sudamericano. Una pelota cortada hacia la izquierda, un remate de Vicente González, el arquero oriental Beloutas que rechaza dificultosamente… y Julio Libonatti que caza el rebote y marca el gol glorioso: primer título internacional para la Argentina. Al poco tiempo, el Torino contrata al goleador, que se transforma en el primer jugador americano en ser transferido a Europa ¿Dónde nació Libonatti? En Rosario, obviamente.

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En los albores del fútbol rioplatense, la Cuna de la Bandera fue foco de irradiación junto con Montevideo y Buenos Aires. Mientras en la capital uruguaya nacía la garra charrúa y en la ciudad porteña se jugaba a la inglesa; en la ciudad santafecina se creaba una escuela de gambeteadores como no habría otra igual en el mundo. José Nasazzi, capitán campeón del Mundo en 1930, no salía a defender lejos de su área cuando jugaba contra los rosarinos; ya que con su habilidad podían desairarlo fácilmente.

Los principales clubes de la ciudad son, como tantos otros, fruto del ferrocarril y de los colegios ingleses. En 1889, obreros ferroviarios fundaron el Central Argentine Railway Athletic Club, más tarde rebautizado como Rosario Central. Su eterno rival, nació en 1903. Egresados del Colegio Comercial Anglicano Argentino lo llamaron Newell’s Old Boys en homenaje al profesor que les había enseñado a jugar al fútbol, don Isaac Newell. El 18 de junio de 1905, se jugó el primer clásico, en la Plaza Jewell, primer campo de deportes del país. Otros clubes rosarinos son Central Córdoba, Argentino, Tiro Federal, Renato Cesarini, Provincial, Belgrano, Gimnasia y Esgrima, Morning Star…

Los clubes grandes se dieron a la tarea de captar los talentos que abundaban en los pueblos de la Pampa gringa y formarlos en sus canteras. El resultado fue un torrente de jugadores que inundó el mundo con fútbol de inigualable destreza.

En los años pioneros del balompié criollo, aparecen dos nombres de prosapia: Harry Hayes y Guillermo Dannaher. Pero sobre todos ellos, brilló la figura señera de Gabino Sosa, ídolo de Central Córdoba. El Negro, artista incomparable de la pelota, cobró por su primer contrato profesional $ 400 pesos y una muñeca para su hija.

En los años 20 integraron los combinados nacionales el portero Octavio Díaz (J.J. O.O. de 1928), Zenón Díaz, Adolfo Celli, Florindo Bearzotti, Ernesto Celli, Roberto Cochrane. Octavio y Cochrane reforzaron el equipo de Boca en la histórica gira por Europa en 1925.

En 1937, en otro campeonato sudamericano, un pibe rosarino hizo los dos goles que le dieron el triunfo sobre Brasil y la corona a la Argentina. Se llamaba Vicente de la Mata y jugaba al lado de Gabino Sosa en Central Córdoba. Ese mismo año, pasó a Independiente donde integró un terceto central insuperable con Arsenio Erico y Antonio Sastre. En 1939, le marcó a River Plate un gol de la más pura estirpe rosarina, después de eludir a 7 rivales.

A partir de los ’40, con el profesionalismo definitivamente afianzado y los clubes rosarinos integrados al fútbol grande, sus jugadores pasaron a ser habituales en la albiceleste. Los memoriosos juran que el mejor wing izquierdo de la historia fue Enrique “Chueco” García, el Poeta de la Zurda, surgido de Rosario Central y figura de Racing.

Y en el San Lorenzo campeón de 1946 había dos rosarinos: Rinaldo Martino y René Pontoni.

Ángel Perucca, Julio Elías Mussimessi, Héctor Ricardo, Saturnino Yebra, Juan Carlos Colman, Rubén Bravo, Federico Sacchi; son otros destacados jugadores de esa época gloriosa.

Pelé debutó en la selección brasileña con una derrota ante Argentina por 1-2. ¿Quién hizo el gol de la victoria? Un rosarino, por supuesto: Miguel Antonio Juárez, el Gitano. ¿Y a quién le convirtió O Rei su gol número 1000? A otro rosarino: Edgardo Andrada, el Gato.

Rosario siempre estuvo cerca de la historia. ¿Ustedes saben cuál fue el primer club del Interior argentino en llegar a la final de la Copa Libertadores? Newell’s Old Boys en 1988. ¿Y cuál fue el único club en campeonar consecutivamente en 1ºB y en 1ºA? Rosario Central, en 1986 y 1987, respectivamente.

En la previa del Mundial ’74, la selección hizo un partido de práctica contra un combinado rosarino. Perdió 3-1 con baile. La función fue dirigida por un jugador del modesto Central Córdoba: Tomás Felipe Carlovich, el Trinche.

En 1971, Rosario Central eliminó a su eterno rival en semifinales del Campeonato Nacional con un gol de palomita de Aldo Pedro Poy. Hasta el día de hoy, en el aniversario del hecho, el ídolo reproduce la palomita ante los hinchas. Es el gol más celebrado de la historia del fútbol mundial.

Por esos años, brillaban en las canchas argentinas, Mario y Alfredo Killer, Mario Zanabria, Jorge Carrascosa –capitán del seleccionado hasta 1977 – Roque Alfaro y Edgardo Bauza (autor de 108 goles, 4º en el ranking mundial de defensas goleadores de todos los tiempos).

Cuando el fútbol argentino tocó el cielo con las manos en 1978 y 1986, en sus filas estuvieron Sergio Almirón, Daniel Killer (hermano de Mario y Alfredo) que jugó en los dos grandes de la ciudad, Mario Kempes (cordobés, pero consagrado en Rosario Central), Jorge Valdano, Américo Gallego, Leopoldo Luque, Ricardo Giusti, Héctor Zelada, Luis Islas y Pedro Pasculli; todos con algún paso por clubes rosarinos.

Y el regreso de Diego Maradona a la Argentina fue con la rojinegra de Newell’s en 1993.

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La Chicago argentina no solo produjo jugadores, también originó los mejores entrenadores. Observen:

¿Quién llevó a la Argentina a su primera Copa del Mundo? César Luis Menotti.

¿Quién logró que Paraguay llegara a cuartos de final en un Mundial? Gerardo Martino

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¿Quién hizo que Chile volviera a ganar un partido mundialista? Marcelo Bielsa

¿Quién condujo a Rosario Central a ganar una final internacional tras perder 0-4 el partido de ida? Ángel Tulio Zof

¿Quién salió campeón argentino 3 veces sin dirigir a ninguno de los equipos grandes? José Antonio Yudica

¿Quién formó a los mejores jugadores del mundo? Jorge Bernardo Griffa.

¿Quién logró que Cobreloa llegara dos veces consecutivas a la final de la Copa Libertadores? Vicente Cantatore

¿Quién llevó a Independiente a ganar 3 título locales y 3 internacionales? José Omar Pastoriza.

Antes de la Ley Bosman, ya había jugadores rosarinos brillando en Europa. Por ejemplo, Daniel Carnevali, Santiago Santamaría y Juan Simón. La apertura de los mercados europeos produjo una diáspora impresionante de rosarinos que vistieron las casacas más prestigiosas del Viejo Continente, a la vez que enaltecían a la albiceleste.

¿Cuál fue el primer club de Gabriel Batistuta, máximo goleador histórico de la Selección Argentina? Newell’s Old Boys.

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Del club del Parque Independencia también provienen Ever Banega, Lucas Bernardi, Abel Balbo, Roberto Sensini, Fernando Gamboa, Eduardo Berizzo, Mauricio Pocchettino, Maxi Rodríguez, Lionel Scaloni, Leo Biagini, Gabriel Heinze, Walter Samuel.

En los dos Campeonatos Juveniles de 1989, el arco argentino estuvo defendido por jugadores de Rosario Central: Roberto Bonanno en la Sub 20 y Roberto Abbondanzieri en la sub 17. Del club del barrio Arroyito vienen Kily González, José Chamot, Pablo “Vitamina” Sánchez, Ángel Di María.

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Incluso, hubo quienes jugaron para otras selecciones: Juan Antoni Pizzi para España y Ramón Quiroga para Perú.

También rosarinos, pero que no jugaron en clubes de la ciudad son Claudio Marangoni, Santiago Solari y el polémico Mauro Icardi.

Rosario tiene muchas caras. La cultural, que albergó a músicos, pintores, pensadores, dibujantes, actores, poetas. La que tiene 30 museos y 20 teatros y engendró a la Nueva Trova Rosarina. La educativa, con la Universidad Nacional de Rosario, la Universidad Tecnológica Nacional y otras. La inmigratoria, poblada por italianos, españoles, polacos, judíos, británicos, franceses, alemanes, suizos, griegos, ucranianos, croatas, turcos, rusos, sirios, libaneses que le dejan poco espacio a los aborígenes tobas. La rebelde, que protagonizó el Rosariazo contra la dictadura en 1969. La portuaria, por la que se exporta el 70% de los cereales argentinos. La ferroviaria, cuyas vías enlazan Buenos Aires, Córdoba y Tucumán. Semejante mixtura sólo podía engendrar figuras geniales.

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No podía ser de otra manera. Rosario siempre estuvo cerca de la gloria. Y para admiración del mundo entero, son fruto de su seno fecundo los goles inmortales, copiosos, criollísimos de Lionel Andrés Messi, su obra más perfecta.