Avellaneda, ciudad de fútbol

Al sur de la ciudad de Buenos Aires, allende el Riachuelo, hay una ciudad. Los gauchos la llamaban Barracas al Sud. En 1904, fue nombrada Avellaneda. Mi ciudad.

En ella se alzan dos moles de cemento, apenas separadas por 300 metros. Son templos de la eterna liturgia futbolera; emblemas de extramuros, símbolos de la ciudad que es barrio a la vez. Son los bastiones del Rey de Copas y el Primer Campeón Mundial. Racing e Independiente, las entidades que hicieron de Avellaneda la ciudad más pequeña del mundo en tener dos clubes campeones mundiales.

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La barriada se hizo ciudad al ritmo del tango, cuando el siglo XX trajo la industrialización y los tambos y las chacras cedieron su lugar a los frigoríficos. Allí se afincaron oleadas de inmigrantes: gallegos, italianos, polacos, armenios. En 1901, unos estudiantes fundaron un club: Barracas al Sud F.C. Fue el primer equipo 100% criollo. Un año después, un grupo de socios se escindió y creó el Colorados Unidos del Sud. En 1903, los muchachos volvieron a unirse y dieron nacimiento al Racing Club. Su acérrimo rival, en cambio, no nació en Avellaneda; sino en la Capital en 1905. Anduvieron en busca de campo de juego por varias locaciones porteñas. Hasta que el suburbio les fue hospitalario. Plantaron sus reales en el barrio de la Crucecita en 1906. Así nació el clásico de Avellaneda. Los clubes dividieron a la ciudad-barrio. Los hinchas éramos rivales el domingo; pero en la semana éramos vecinos, compañeros de escuela, amigos, clientes, parientes… Después de los entrenamientos, los jugadores de ambos clubes caminaban hasta la Avenida Mitre y tomaban juntos unas copas. La rivalidad era solo un condimento en el banquete del fútbol. Al odio, desgraciadamente, lo inventaron después. Mucho después.

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La década de 1910 fue el dominio de Racing. Campeones 7 veces consecutivas entre 1913 y 1919. En esa época recibieron el mote de la Academia. Al Rojo le costó un poco más hacerse un lugar entre los campeones. Con sus triunfos en 1922 y 1926, se ganaron el apelativo de los Diablos Rojos.

Ya eran los años ’20. La ciudad, que nunca perdió el espíritu de barrio, era un reducto del Partido Conservador. En sus calles abundaban los garitos y los prostíbulos, frecuentados por toda clase de hampones y tahúres. En las fábricas, inmigrantes de ideología anarquista iniciaban la lucha por los derechos de los trabajadores. Y en los baldíos, los criollos y los hijos de los extranjeros se unían para correr detrás de la pelota. Así crearon una nueva estirpe, la argentina.

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Con la expansión del fútbol, llegaron los estadios. La cancha de Crucecita se incendió en 1923. Los Rojos se mudaron a otro terreno, arrinconado entre los Siete Puentes y las vías del Ferrocarril Sud, a solo tres calles del campo de juego de la Academia. En ese lugar, erigieron e inauguraron en 1928 el primer estadio de cemento de América del Sur. La cancha fue llamada la Doble Visera. Muchos años más tarde recibiría el nombre de Libertadores de América.

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La cancha de la Academia siempre estuvo en el mismo lugar. En 1950, estrenaron el Cilindro, oficialmente llamado Presidente Perón. El estadio fue escenario de los primeros Juegos Panamericanos, en 1951.

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En la segunda mitad del siglo llegaron los títulos internacionales. Y el nombre de mi ciudad resonó en todas las latitudes. América y el mundo entero oyeron hablar de la ciudad-barrio.

Los mejores jugadores del orbe pasaron por el césped avellanedense: Pelé, Cruyff, Beckenbauer, Di Stéfano, Maradona. Montevideo, Roma y Tokio vieron a los clubes de Avellaneda levantar victoriosos la Copa Intercontinental.

Los potreros fueron la cuna de una larga lista de futbolistas que brillaron con otras divisas. Incluso con selecciones extranjeras. Roberto “Toro” Acuña para Paraguay; Humberto Maschio y Raimundo Orsi para Italia. Nacieron en Avellaneda fenómenos como Raúl Bernao. Símbolos de la inmigración como el Polaco Cap, descendiente de húngaros y polacos. Abel Herrera, Pedro Catalano, Adrián Czornomaz, que iba a la misma escuela que yo.

Nacieron en Avellaneda para triunfar en Racing Néstor De Vicente, Alberto Ohaco, el Mariscal Perfumo, Norberto Raffo….

Y tres integrantes de la Máquina de River: Juan Carlos Muñoz, Adolfo Pedernera y Félix Loustau. Roberto Mouzo y Ángel Clemente Rojas “Rojitas” fueron ídolos en Boca.

En Independiente se destacaron Roberto “Pipo” Ferreiro, Osvaldo Mura, Miguel Ángel Santoro…

Hugo Pérez defendió las dos casacas.

También nació en Avellaneda Il Capitano Javier Zanetti.

Tres calles llevan el nombre de futbolistas: Corbatta, Bochini, Milito.

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Racing e Independiente son los grandes. Pero en las periferias luchan otras instituciones futboleras. Arsenal de Sarandí (nacido en 1957) y Sportivo Dock Sud (1916). San Telmo (1904) es, en rigor, un club capitalino; aunque tiene su cancha en el turbulento barrio de la Isla Maciel. Y fuera de los registros de la AFA proliferan centenares de clubes pequeños, donde dieron sus primeros pasos grandes glorias del futbol argentino: Villa Modelo, Unión de Crucecita, Amado Nervo, Progresista, General Mitre, Once Luceros, Estrella de Echenagucía, 25 de Mayo, ….

Esa es Avellaneda, la ciudad-barrio, mi ciudad. En sus calles –Avenida Mitre, Belgrano, Güemes, Pavón –conviven las atajadas de Cejas y de Santoro, los goles de Erico y del Chango Cárdenas, las gambetas de Bochini y de Corbatta. En sus barriadas –Crucecita, Quinta Galli, Gerli, Domínico, Wilde, Piñeyro, Sarandí, Dock Sud -se mezcla el recuerdo de mártires de las luchas sociales – Azucena Villaflor, Maximiliano Kosteki, Darío Santillán- con la evocación de matones como Ruggerito. En el Teatro Roma, emblema de su cultura, resuenan los nombres de Eladia Blázquez, Luis Brandoni, Adriana Varela, Lolita Torres, Alfredo Toth,…

Avellaneda, mi ciudad. En sus plazas, miles de chicos sueñan con ser Perfumo o Villaverde, Tucho Méndez o Ernesto Grillo, Gabriel Milito o Diego Milito.

Esa es mi ciudad. Mi barrio. Mis calles. Una ciudad que de día se apasiona por sus divisas amadas y de noche tiene sueños redondos como pelota de fútbol. Una ciudad donde en apenas 3 cuadras se encuentran dos viejos rivales, dos glorias del fútbol criollo, dos campeones mundiales. La ciudad donde nació y murió mi viejo. El barrio que, aunque dejé atrás, llevo conmigo cada día. Las calles que cobijaron mis sueños y desengaños.

La ciudad, el barrio y las calles donde el fútbol es religión, arte y pasatiempo. La ciudad de Independiente y Racing. Mis calles, mi barrio, mi ciudad.