Vuelve después de un tiempo de ausencia Germán Magide,la conexión argentina de este humilde blog que cada día se hace un poquito más grande con sus historias y con los internautas que pasar a leerlas.Casi 40.000 clicks van en los seis meses escasos de vida de este blog.Muchas gracias a todos,amigos.
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Los historiadores suelen bautizar aquellos episodios históricos de relevancia con nombres llamativos que involucran el lugar donde ocurrieron los hechos. Por ejemplo, la Farsa de Bayona. En América estudiamos algunos muy sonoros, como el Grito de Dolores o la Entrevista de Guayaquil. Pero los hay en la Historia de todo el mundo. Mi favorito es la Defenestración de Praga, aunque la Humillación de Canossa no está mal
Los periodistas deportivos, devenidos a veces en historiógrafos, suelen recaer en la misma costumbre. Se mentaba recientemente en estas páginas a la Batalla de Belgrado, aquel mítico partido entre Yugoslavia y España por la clasificación al Mundial de 1978. Hoy, en estas líneas trataremos de desarrollar un evento que marcó a fuego al fútbol argentino: Ocurrió en 1958 y se lo llamó el Desastre de Suecia.
¿Cuál era la realidad del fútbol argentino por entonces? Pues bien, veamos. Después del único partido de Argentina en el Mundial de Italia (27 de mayo de 1934, derrota ante Suecia 2-3), no se enfrentaría a ningún equipo europeo hasta el 9 de mayo de 1951 (Inglaterra en Wembley, derrota por 2-1). Mientras tanto, la Selección jugaría casi exclusivamente con equipos sudamericanos. Entre el Mundial de 1934 y el primer partido del Mundial de 1958 se disputarían apenas 11 matches contra selecciones del Viejo Continente. En ese tiempo, además, no existía en el país un equipo nacional estable, sino que se formaba uno cuando se avecinaba un compromiso. Esa increíble improvisación no le impedía reinar en Sudamérica casi sin oposición. Esto trajo una terrible consecuencia: la soberbia. La creencia engañosa de que éramos “los mejores del mundo”, que con el talento de los jugadores se suplía la preparación atlética, la actualización táctica y la competencia exigente.
En ese estado de cosas, llegó el año 1957. Se disputaría un Campeonato Sudamericano en Lima, Perú. Como siempre, Argentina armó un plantel con los mejores jugadores del medio local; pero sin entrenamientos ni partidos de preparación. Entre las estrellas estaban Rogelio Domínguez (portero del Real Madrid años después), Pedro Dellacha y un centromedio famoso por los gritos con que ordenaba a sus compañeros: Néstor Rossi. Pero la improvisación reinaba. Cuentan que en el desfile de las delegaciones, los argentinos debieron marchar con la ropa de jugador, ya que no tenían vestimenta oficial. Y en el último entrenamiento los suplentes batieron a los titulares por 6-0.
El Entrenador, don Guillermo Stábile (otrora goleador del Mundial de 1930), no sabía qué hacer. Pero, una vez más, la magia sucedió. Las individualidades se amalgamaron milagrosamente y formaron un equipo. En la delantera brillaba el Garrincha argentino, Oreste Corbatta. Y por la banda izquierda actuaba el Zurdo Cruz, integrante del Independiente que había batido al Madrid por 0-6 en 1954. Pero las joyas de la corona eran los miembros del terceto central: Humberto Maschio, Antonio Angelillo y Enrique Omar Sívori, tres jovencitos que brillarían en ese torneo de manera colosal.
Los resultados hablaron a las claras: 8-2 a Colombia, 3-0 a Ecuador, 4-0 a Uruguay, 6-2 a Chile y 3-0 a Brasil (que un año más tarde sería campeón del mundo) alcanzaron para consagrarse campeones una vez más. La derrota con Perú (2-1) no le restó méritos ni fama a ese equipo. Y los tres noveles delanteros alcanzaron la consagración. Los llamaron los Carasucias de Lima. Poco tiempo pasó para que aparecieran los italianos con su canto de sirenas. Ese mismo año, los tres se fueron a jugar allá, donde alcanzarían cimas aún más elevadas.
Alentados por ese éxito, los dirigentes creyeron que había llegado el momento de volver a la Copa del Mundo. Y se prepararon para jugar el Mundial de Suecia. Pero no tuvieron en cuenta algunos detalles:
• Las tres Carasucias se habían ido a Italia, y por ese entonces no se estilaba convocar a los jugadores que militaban fuera del país. De hecho, Maschio y Sívori jugarían en 1962 el Mundial para los azzurri.
• Desde 1956 que no se enfrentaba a un rival europeo.
• Se desconocía por completo la realidad del fútbol internacional, las tácticas nuevas, las características de los jugadores extranjeros, etc.
Una vez más, la Selección llevaba hombres de destacada actuación en la liga vernácula: en la portería, Amadeo Carrizo, estrella de River Plate, para muchos el mejor guardameta de la historia; Pedro Dellacha, Oreste Corbatta y Cruz eran los únicos sobrevivientes de Lima. A ellos se sumaba un nueva estrella en cierne: Norberto “Beto” Menéndez. Sin embargo, algunas malas actuaciones en los amistosos previos hicieron que, ya en Suecia, se convocara a Ángel Labruna, ídolo de River y autor de casi 300 goles en Argentina; pero que a la sazón contaba casi 40 años. Haciendo gala de la tan mentada improvisación, el veterano goleador llegaría recién para el segundo partido.
Antes del primer encuentro se presentaron problemas. El rival era el campeón vigente: la poderosa Alemania Occidental con Fritz Walter, Helmuth Rahn y un joven Uwe Seeler. Dada la similitud de las casacas, la FIFA decidió que Argentina debía vestir colores alternativos. Solo que la AFA no tenía camiseta suplente. Los dirigentes salieron despavoridos por las calles de Estocolmo para conseguir un juego de casacas. Adquirieron once de color amarillo. Y vestida así la Selección Argentina volvería a los Mundiales.
El partido comenzó bien para los sudamericanos. A los 3 minutos, Corbatta abrió el marcador. Pero el impresionante despliegue de los germanos dio sus frutos y el resultado final fue 3-1 para los campeones del mundo. La diferencia de velocidad había sido decisiva.
Sin embargo, la suerte pareció cambiar en la segunda confrontación. Con el aporte del deseado Labruna y otro gol de Corbatta se derrotó a Irlanda del Norte por 3-1. De tal modo que una victoria frente a Checoslovaquia (un equipo en el que ya brillaba Masopust) lo depositaba en cuartos de final. El “agrande” de los argentinos fue inevitable. Incluso, se dice que un dirigente que vio el match Checoslovaquia-Alemania comentó a la delegación “Los checos son pan comido”. Tan seguros estaban que varios periodistas prefirieron ir a ver Brasil-URSS en lugar de cubrir el partido de la Selección albiceleste.
Bien dicen que “más pronto cae un hablador que un cojo”. En el último juego de la serie, Checoslovaquia le suministró a los soberbios argentinos un correctivo contundente: 6-1. De nada sirvieron la sapiencia de Labruna, los reflejos de Carrizo, las voces de mando de Rossi, las locuras de Corbatta, el juego fuerte de Dellacha. Los europeos supieron crear superioridad numérica en el medio campo y luego salir a gran velocidad en busca de la meta que custodiaba Amadeo, mientras los mediocampistas argentinos nunca volvían de sus excursiones ofensivas. Con un poco de orden y gran prestación atlética, los futuros subcampeones de 1962 despidieron a Argentina del Mundial.
Las consecuencias de este Desastre fueron bien claras:
• Los hinchas recibieron a los jugadores en el Aeropuerto al grito de “Vendepatrias” y a monedazo limpio.
• Amadeo Carrizo fue la cabeza de turco y estuvo cinco años sin jugar en la Selección
• Stábile fue cesanteado del cargo de entrenador que había ostentado desde 1940.
• Y, lo peor, se profundizaron las malas costumbres. En vez de aprender, se tornaron más improvisados e imprevisores. Recién en 1974, Menotti lograría firmar un contrato por 4 años y crear un equipo estable.
• El fracaso del estilo basado en la técnica individual llevó a una gran confusión: se empezaron a buscar futbolistas robustos y rápidos en vez de habilidosos, se valoraron más el tesón y el despliegue que el talento, se pretendieron copiar tácticas y estilos europeos…
• Se llegó a creer que sería imposible volver a vencer a los europeos, miedo que duró hasta 1978.
La moraleja es clara y contundente: Nadie es ganador antes de jugar. Los albicelestes lo aprendieron de la forma más brutal. Pero el aprendizaje tardó muchos años en dar sus frutos. Hoy, lamentablemente, viendo la seguidilla de entrenadores (Bielsa, Peckerman, Basile, Maradona, Batista, Sabella) que se suceden en la banca de la Selección, algunos argentinos creemos que la lección del Desastre de Suecia está a punto de olvidarse.