El fútbol y las feminazis

Vivimos tiempos extraños. Algunos sociólogos hablan de que jamás Occidente fue tan libre como lo es hoy a la hora de decidir su futuro, pero a mí se me antoja estar viviendo en una especie de dictadura de guante blanco que castiga con mobbing sociológico a aquél que ose alzar la voz contra las bases de la corrección política sobre las que se asienta nuestra hipócrita sociedad. Hablar acerca de la desnudez del emperador nunca estuvo tan penado, a pesar de la gran cantidad de medios de comunicación existentes en nuestros días.

Una de esas dictaduras amables que gobiernan en las sombras sociológicas es el llamado hembrismo, también conocido en España como feminazismo. Esta deturpación del muy meritorio y elogiable feminismo campa a sus anchas a través de los mass media, sembrando el odio de género y retorciendo cualquier obra o palabra para que acabe desembocando en una culpabilidad exclusiva del varón. No voy a hablar aquí de la infame LIVG española porque no es el blog adecuado para ello, pero sí voy a tocar muy por encima el tema del fútbol femenino y el enfoque feminazi que hemos visto durante estas primeras jornadas del Mundial.

Las feminazis son incapaces de tomar una estadística e interpretarla en positivo, ellas viven de confrontar. Si ven que las licencias futbolísticas femeninas han aumentado, no lo aplaudirán sino que llorarán porque las licencias de varones han crecido aún más y la opresión heteropatriarcal es cada vez más evidente. Si notan que algunas futbolistas empiezan a ganarse la vida dándole patadas a un balón, no saldrán orgullosas a presumir de la hazaña sino que se quejarán amargamente de que los hombres cobren mucho más que ellas. Además, si la audiencia televisiva ha aumentado en los partidos de la selección española femenina, las feminazis ibéricas lejos de alegrarse, afirmarán sin sonrojo que los telespectadores desprecian a las mujeres debido a que apenas han seguido el Mundial femenino….y, señores, por ahí sí que no paso. Me niego a ser un machista por activa o por pasiva, por acción o por omisión. Por ello hablaré en pocas palabras de lo que opino del fútbol femenino tras ver este Mundial, y lo haré sin ambages de género, juzgándolo sin filtros sociales ni eufemismos baratos….así que ahí va: ME ENCANTA QUE LAS MUJERES JUEGUEN AL FÚTBOL PERO EL FÚTBOL FEMENINO ES DE UN NIVEL PÉSIMO. ¿Ya soy oficialmente un cerdo machista? ¿Sí? Pues continuemos….

El motivo por el que no se ve el Mundial femenino es porque tiene un nivel inferior a Regional Preferente (quinta división española) y no porque las practicantes sean chicas. ¿Alguien estaría dispuesto a verme a mí jugando un campeonato con futbolistas amateurs del resto del mundo? Me imagino que muy pocos me verían, y nadie esgrimiría el género como excusa.

A la mujer se le ha de apoyar para que pueda dar todo lo que lleva dentro, en el deporte, en el trabajo y en la vida, pero no tratarla como si fuera una adolescente perpetua, haciéndole creer que sus fracasos son debidos exclusivamente a la sociedad y no a una carencia propia. Así solo conseguiremos una mujer infantilizada y absurda que vive en un permanente estado de rencor hacia el varón, así solo lograremos seguir engordando este bucle de mentiras, relativismo y autoengaño que es la sociedad «libre» del siglo XXI.

Carlovich: cuando la memoria se hace épica

Cuentan los Antiguos que hubo un jugador que fue el mejor de todos. Se dice de él que no tuvo parangón, que no hubo ni hay ni habrá otro que lo iguale. Dicen que prefirió mostrar su juego majestuoso lejos de los rascacielos de la Gran Manzana y de los boulevards de la Ciudad Luz. Eligió quedarse entre el río y la pampa y, cuando se alejó un poco para jugar a la sombra de los Andes, enseguida pegó la vuelta. Pocos fueron testigos de su maestría, apenas los que frecuentaban las polvorientas canchas de la 1ªC; pero todos los que lo vieron juran que el fútbol en sus pies adquiría tonalidades y colores, como si el campo de juego fuera un lienzo y su empeine zurdo, un pincel.

Se llamaba Tomás Felipe Carlovich y, como no podía ser de otra manera, era rosarino.

Tal vez, su nacimiento cumpliera una profecía: era el séptimo hijo de sus padres. En los potreros y campitos del Barrio Belgrano fue creciendo el jugador. Descalzo y con la pelota de trapo, fue incorporando destrezas y picardías. Los Hados de la Pelota fueron generosos con él. Le dieron el Exquisito Dominio del Cuero, para que el balón quisiera estar siempre con él. Le revelaron el Secreto de la Pegada Perfecta, para que sus pases llegaran siempre a destino. Le enseñaron el Conjuro del Doble Caño, para que la muchedumbre lo admirara en los tablones. Lo dotaron con el Entendimiento Completo del Juego, para que siempre supiera qué convenía hacer durante los partidos. Finalmente, le dieron un nuevo nombre: Trinche.

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Su leyenda llega a nosotros a través de testimonios orales, profanados por las hipérboles y asolados por recuerdos engañosos.

Ser rosarino es una forma exagerada de ser argentino, dijo Valdano. Y hay en esa ciudad una escuela particular de fútbol, identificada con la gambeta, la técnica, un fútbol de movimientos lentos. El Trinche desarrolló su juego en esa concepción y lo llevó a tal grado de perfección que se transformó en un ícono de Rosario. “Encarnó el gen rosarino que hoy Messi muestra al mundo” dijo de él nada menos que César Menotti. Para la gente, es “el Maradona que no fue”, la estrella que prefirió el barrio al dinero. El mismo Diego, cuando llegó a Newell’s, declaró: “El mejor del mundo ya jugó en Rosario y era un tal Carlovich.”

A los 15 años se incorporó a Rosario Central. Estuvo en las divisiones inferiores, con un breve interregno en Sportivo de Bigand, un equipo de la Liga del Sur de la provincia de Santa Fe, adonde fue a préstamo. Es allí donde se empieza a crear el interminable anecdotario del Trinche.

“Una tarde de mucho calor, en Bigand, se llevó la pelota hasta el único sector de la cancha donde no daba el sol e hizo que sus compañeros se acercaran. Estuvieron como diez minutos tocando ahí sin salir de la sombra. “

Volvió a Central y en 1969 jugó su primer partido en Primera. Pero algo ocurrió y repentinamente quedó libre. Hombre de códigos, no quiere contar qué pasó. “Si no lo conté en ese momento, ahora no corresponde”. Defendió otras camisetas: Flandria, en 1º C; Independiente Rivadavia y Deportivo Maipú en Mendoza y Colón de Santa Fe. Pero su lugar en el mundo fue Central Córdoba, el club que fue cuna de eximios gambeteadores como Gabino Sosa y Vicente de la Mata. Debutó con dos goles. Estuvo en 4 etapas (1972-1974; 1978; 1980-1983 y 1986) y con su concurso, Central Córdoba consiguió 2 ascensos a la segunda división. Fueron 236 partidos y 28 goles con la casaca azul y roja.

Jugó apenas 4 partidos en la máxima división argentina, pero eso no impidió que grandes personalidades del fútbol argentino lo admiraran.

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“Fue un jugador maravilloso”, dijo Peckerman.

“Fue el último romántico”, opinó Jorge Valdano.

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“Sus movimientos iban en contra de la ley de gravedad”, comentó Carlos Aimar.

“Al marcarlo, el tipo desaparecía por cualquier lado y se llevaba la pelota con él”, decía Carlos Griguol.

Lito Bottaniz, aquel marcador que se quedó afuera del Mundial ’78 diez días antes del primer partido, lo recuerda así: “Jugar contra él era, a la vez, un suplicio y un placer”.

Alto y aparentemente lento, era un volante central elegante, virtuoso y algo displicente. Un poco como Redondo, un poco como Riquelme. Jugando a media máquina, le alcanzaba. Usaba las medias bajas, sin canilleras. Su jugada distintiva fue el caño de ida y vuelta. Le hacía un túnel al defensor, lo esperaba y le hacía otro. Dicen que lo hacía complaciendo pedidos de la tribuna. Pateaba los penales sin tomar carrera. Cabeceaba muy bien, aprovechando su estatura.

El momento clave de su vida fue el 17 de abril de 1974. La Selección Nacional que se preparaba para el Mundial de Alemania se presentó en cancha de Newell’s contra un Combinado Rosarino. El entrenador blanquiceleste, Vladislao Cap, alineó a Santoro, Wolff, Togneri, Sá y Tarantini; Brindisi, Telch y Aldo Poy; Houseman, Potente y Bertoni. El conjunto rosarino, que lució camiseta roja, estuvo integrado por 5 jugadores de Rosario Central (Biasutto, Jorge González, Mario Killer, Aimar y Kempes) y 5 de Newell’s (Pavoni, Capurro, Zanabria, Robles y Obberti). Para cubrir la 11ª plaza, Griguol y Montes, los seleccionadores rosarinos designaron a Carlovich, que ya jugaba en Central Córdoba.

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La Selección esperaba un partido tranquilo, una exhibición ante un equipo improvisado. Pero, a la manera del predestinado que derrota al monstruo y se transforma en héroe, el Trinche tomó el mando de su equipo y, al compás de su juego mágico, los rosarinos le dieron al equipo nacional un baile inolvidable. La actuación fue Carlovich alcanzó tal nivel que Cap le pidió a sus colegas rosarinos que lo sacaran. Fue 3-1, con goles de González, Obberti y Kempes. Otro rosarino, Aldo Poy, descontó para el representativo nacional. Hoy en día, hay tantos rosarinos que juran haber presenciado ese partido que, si todos dijeran la verdad, la cancha de Parque Independencia debería ser más grande que el Maracaná…

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El ciclo del Trinche se nutre de mil anécdotas que, sin pretensión de veracidad, dibujan la imagen del héroe puro, el que no se dejó contaminar por la ambición. En los corrillos rosarinos, los mitógrafos narran entre risas y nostalgia sus hazañas.

“En la víspera del Día de la Madre, tenía un partido en Mendoza. Para llegar a tiempo al micro para Rosario, se hizo expulsar en el primer tiempo”

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“Menotti lo citó para la Selección, pero el Trinche se colgó pescando en la Costanera, no fue a entrenar y se perdió la convocatoria”

“Estaba por viajar con la reserva de Central y 15 minutos antes de salir, desapareció. Lo encontraron jugando un picado en potrero”

“En una concentración, dijo que iba a comprar la Patoruzito (revista de historietas) y no volvió más”

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Cuando jugaba el Trinche, se juntaba gente de todos los clubes para verlo. Para un partido Los Andes-Central Córdoba, se olvidó la cédula de identidad. La misma directiva rival aceptó que jugara. “Una vez que viene, lo queremos ver jugar”, argumentaron. En otra ocasión, un referí lo expulsó, pero el público armó tanto lío que el colegiado se retractó y le permitió seguir.

En Mendoza, se sentó arriba de la pelota. En la ciudad cuyana, donde lo apodaban el Gitano o el Rey, cuando había un tiro libre, la hinchada empezaba a gritar gol antes de que pateara.

Desechó ofertas del Milan y del Cosmos. Aunque, con respecto a este último, dicen que fue Pelé el que le bajó el pulgar, temeroso de que el talento del Trinche lo opacara.

Sus contemporáneos lamentan que no haya llegado. Pero él contesta: “¿Qué es llegar? La verdad es que yo no tuve más ambición que jugar al fútbol. Y, sobre todo, no alejarme mucho de mi barrio. Soy una persona solitaria, cuando jugaba me gustaba cambiarme solo, en la utilería.”

Como dijo Menotti, le gustaba más jugar al fútbol que ser profesional.

Le tocó una época brava, donde las consecuencias del Desastre de Suecia aún se sentían. Los técnicos preferían la capacidad atlética por sobre el talento. En cambio, Carlovich jugaba porque le gustaba, porque se divertía, porque transformaba los partidos oficiales en partidos de potrero. Siendo profesional, jugaba los torneos informales con sus amigos, en los campitos rosarinos.

Hoy, el hombre tiene cosas para decir. Niega que le gustara la vida nocturna. No acepta que ahora la demostración de habilidad sea considerada una falta de respeto. “Si esto es un espectáculo”, dice.

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Recuerda: “Yo tuve otro partido parecido al de Rosario. Fue con el Combinado Mendocino contra el Milan de Italia. Les ganamos 3-1 también. “

Y demuestra tener bien clara la escala de valores “A la selección de Mendoza la dirigía el Nene Fernández (otro rosarino). Gran jugador… y gran persona, que es más importante”.

“Muchas de las cosas que se cuentan de mí no son ciertas. A los rosarinos les gusta contar cuentos. Algún caño de ida y vuelta habré hecho, pero no es para tanto”

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No lamenta no haber jugado en primera. “Yo disfruté mucho. A veces, no se da”.

Hoy, el héroe extraña sus horas de jugador. Se emociona cuando alguien le dice “Esta noche juega el Trinche”, el lema de sus admiradores. Y declara que le queda un sueño por cumplir: “Estar 10 minutos dentro de una cancha, disfrazarme de jugador otra vez y jugar. Si me ofrecen eso y me dicen que después me tengo que morir, firmo tranquilo”

La leyenda dice que cuando los Hados lo dotaron, le hicieron una advertencia.

“Jugarás, Trinche, tu nombre volará en alas de la fama más allá de Rosario y trascenderá las fronteras. Los rivales temerán tu gambeta y tus compañeros se sentirán a salvo cuando tengas la pelota en tu poder. Pero cuida que nunca se filmen tus jugadas. En cuanto sean televisadas, tu talento desaparecerá irremediablemente”

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Eso explica que no se conserven registros fílmicos de su carrera. Es una suerte. En el recuerdo, el héroe siempre es más grande que en la realidad. Podemos imaginarlo como queramos: habilidoso, genial, inalcanzable. Cualquier proeza que le adjudiquemos podrá ser cierta. Con lo tangible, se escribe una historia. Pero con los recuerdos, se construye una épica.