El Toto Lorenzo

El mundo de la pelota ha crecido tan desmesuradamente que tiene lugar para personajes de toda laya. Jugadores, dirigentes, entrenadores, periodistas, hinchas muestran toda clase de tipos: habilidosos, torpes, simpáticos, polémicos, admirables y sospechosos.

Hoy recorreremos la vida de un hombre cuyo anecdotario es directamente proporcional a sus éxitos como entrenador.

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Juan Carlos Lorenzo, alias “el Toto”, nació en Buenos Aires en 1922. No perderemos tiempo desarrollando su curriculum y palmarés, ya que pueden encontrarse en Wikipedia. Bastará decir que jugó en Nueva Chicago, Chacarita, Boca, Sampdoria, Nancy, Atlético Madrid, Rayo Vallecano y Mallorca.

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Mientras jugaba en el equipo balear, desempeñó la doble función de jugador y entrenador. Cumplió esa tarea en Argentina (River, Boca, San Lorenzo, Racing, Unión, Vélez, Atlanta), Colombia, México, Italia y España. Encabezó a la Selección Argentina en dos Mundiales, 1962 y 1966. En el último, los eliminó Inglaterra con un arbitraje muy dudoso.

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Entre sus logros, figuran dos ascensos con el Mallorca, dos bicampeonatos argentinos -con San Lorenzo y con Boca-; una Coppa Italia con la Roma, una final de Europa con el Atlético Madrid (perdió con Bayern Munich), dos Copas Libertadores y una Intercontinental con Boca.

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Adherente a las ideas de Helenio Herrera, formado en Europa, su estilo se basaba en la táctica, en la preparación atlética y en el estudio de los rivales. Pero sus conductas controvertidas, muy distintas a las acostumbradas en Argentina, agigantaron su figura hasta difuminar el límite entre ficción y realidad.

De su experiencia como argentino trasplantado a Europa, dejó estas frases:

“Yo fui como jugador a Europa y sufrí mucho. Tenía mucho del jugador argentino, pero esas virtudes allá no iban”

“En una oportunidad, jugando en Francia, quise gambetear y me la sacaron. Fue gol de los contrarios. En el entretiempo, el entrenador me dijo que la tirara afuera, así cuando tuvieran que entrar el balón, tuviéramos un jugador más en el campo.” Eso mismo le achacó a un defensor del Atlético en la primera final contra el Bayern en 1974, equivocación que derivó en el empate de Schwarzenbeck.

“Los europeos se llevan a Scotta o Kempes, tipos que no andan con chiquitas y la meten seguido”

Algunas anécdotas autorreferenciales son difíciles de creer:

“Cuando dirigía al Mallorca, nos habíamos puesto de acuerdo con los pilotos que traían a los equipos visitantes a la isla para que los hicieran bailar antes de aterrizar. El mareo y el susto les duraban hasta el día del partido y nosotros lo aprovechábamos”

“En 1977, Ribolzi le metió una murra terrible a Tito Gonçalves y lo reemplacé enseguida para evitar un roce” (El problema es que el histórico capitán de Peñarol se había retirado en 1970…)

Su credo futbolístico se deja ver en estas líneas:

“¿Cómo ganarle a un equipo que tiene un gran delantero? Muy simple: cuando uno quiere que alguien no coma, lo que hay que impedir es que la comida salga de la cocina. Y, por eso, no debo mandar a marcar al mozo, sino al cocinero” Por eso, en el debut en Inglaterra ’66, planificó marca personal sobre Luis Suárez y, al anularlo, desactivó todo el ataque español.

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“Todos me acusan de que voy a especular siempre, que mando a mis jugadores a destruir, pero el fútbol es así: si no ganás, al otro día te echan”

“En el Boca que tengo en mente, el que quiera chiches que vaya a la juguetería”.

Su trayectoria como técnico fue tan discutida como exitosa. Sus jugadores coinciden en recordarlo como un innovador.

“Era muy vivo, aprovechaba todo. Fue el precursor del entrenamiento extra. Consiguió que tuviéramos mayor dinámica”. (Jorge Olguín)

“Estaba 20 años adelantado. Tenía toda la información. Anticipaba cómo iban a ser los goles. Al Colorado Suárez le dijo antes del partido contra Atlético Mineiro que en su lugar iba a jugar Bordón, porque iba a hacer un gol de tiro libre. Ganamos 2-1 con dos goles de Bordón de tiro libre.” (Héctor Mastrángelo)

Alberto Tarantini recuerda que, para la final de 1976 contra River, les ordenó que sacaran rápido los tiros libres, porque los Millonarios tardaban en armar la barrera. Ganaron 1-0 con gol de Suñé de tiro libre.

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Veglio sostiene que la clave de ese Boca multicampeón fue la pretemporada con triple turno de entrenamiento.

No dejaba detalles librados al azar. En un amistoso contra el Cosmos, utilizó la pelota prevista para la final de la Libertadores’78, para que el equipo la conociera.

“Antes de un partido contra Peñarol, nos pronosticó que el gol iba a llegar por la derecha, porque el extremo izquierdo nunca seguía al lateral que subía: ‘Tiene que llegar Pernía y meter el centro a media altura, viejo, porque los centrales de ellos son muy altos y ahí les cuesta rechazar’” (Roberto Mouzo). Lo practicaron hasta el cansancio y ganaron con un tanto de Ribolzi de palomita.

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“Fue un revolucionario. Era motivador, estudioso, transmitía garra. Tenía todas las características del ganador. Cuando lo conocí empecé a creer en la importancia del entrenador” (Francisco Sá)

Sus primeras experiencias en el fútbol argentino no fueron halagüeñas. Empezó con San Lorenzo en 1961 y un año después, lo contrataron para la Selección que debía afrontar el Mundial de Chile. Los dirigentes razonaron que su aprendizaje europeo era lo que se necesitaba para vencer a las potencias del Viejo Continente. Las heridas del Desastre de Suecia estaban frescas. Pero las ideas de Lorenzo chocaron con los hábitos de los jugadores argentinos. El ultragoleador sanlorencista José Sanfilippo se enfrentó al entrenador:

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“Para un partido contra Lanús, me mandó a marcar al Nene Guidi, para taparle el tiro de media distancia. ‘Usted está loco’, le contesté. ‘Hace dos meses que Lanús no duerme pensando cómo neutralizarme ¿y yo voy a marcar a Guidi?’. Además, se la pasaba hablando de las figuras europeas; a nosotros no nos interesaba. Ese Lorenzo del ’61 fue el peor técnico que tuve; pero el del ’72 fue el mejor”.

Otro que tuvo problemas con el Toto fue nada menos que Antonio Rattín, el Rata. “Previo al Mundial ’66, le pedimos que se fuera; nos tenía locos con sus misterios. Lo salvó el presidente de la AFA, Valentín Suárez.” Antes de la Copa del Mundo disputada en Inglaterra, los argentinos jugaron en Italia. En una práctica presenciada por el periodismo itálico le gritó a Oscar Mas ¡Eh, Mas, tira il pallone qui! Esas actitudes irritaban a las estrellas argentinas. Continúa el testimonio de Rattín: “Durante el Mundial de Chile, les ponía cintitas en los dedos a los delanteros, para que se acordaran de patear el arco. Un día, terminamos de almorzar y nos hizo subir a un micro, sin decir a dónde íbamos. Llegamos a un estadio donde estaba entrenando Bulgaria. Quería espiar a los rivales. Nosotros entramos sigilosamente por la parte de atrás, saltando paredes y, cuando llegamos, las tribunas estaban llenas, el entrenamiento era abierto al público. Y para el partido contra Inglaterra de 1966, me dijo que, si veía cosas raras en el arbitraje, como capitán tenía derecho a exigir un intérprete. Así lo hice y el referí me expulsó por protestar. Esa regla del intérprete no existía”

Sus logros deportivos llevaban un correlato en sus excentricidades. Su obsesión por la disciplina lo llevaba a echar jugadores del entrenamiento, solo por capricho.

“Te metía miedo y responsabilidad. Si no hacías lo que te pedía, te volaba. No era de bancar demasiado” (Hugo Gatti).

“No me dejaba salir jugando, me gritaba que la tirara para arriba. Una vez, en la concentración, estábamos cenando y yo no quise tomar la sopa. Me dio un ultimátum: o toma la sopa o se va. Yo creí que era una broma y no tomé. Lorenzo me echó de la concentración y me quedé sin jugar”, (Jorge Olguín).

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Creía ciegamente en la táctica y en los movimientos mecanizados. Para que a sus ideas se grabaran en la mente de los jugadores, se les aparecía en plena noche en la habitación y los despertaba: “Vamos a refrescar conceptos, viejo”. Antes de un Rosario Central-Unión, se la agarró con el defensor Alcides Merlo: “Tiene que seguir a Kempes por todos lados, 10 contra 10 ganamos nosotros, la pelota no le interesa porque usted no sabe un carajo con la pelota”. Merlo se aprendió la consigna de memoria. En el partido, el Matador salió lesionado. Alcides quedó desorientado. No sabía qué hacer. Lorenzo le gritó que marcara al “16” y Merlo les miraba la espalda para ver a quién tenía que seguir. Otra vez, preparó a un delantero toda la semana; pero a último momento, con el equipo ya listo para salir al campo, cambio de idea y lo sustituyó sin explicaciones.

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“Buscaba la perfección, si las cosas salían 9 puntos se fastidiaba, quería todo 10” (Darío Felman)

Además de ser insistente con la táctica, la disciplina y la preparación atlética, estaba convencido de que los partidos se ganaban con mañas. Por eso se recuerdan muchas acciones rayanas en lo antirreglamentario.

“Nos hacía entrenar en el barro. Y en el vestuario visitante, sacaba los focos y enceraba el piso para que no pudieran calentar” (Mouzo)

“Una vez, contra River, me hizo jugar lesionado; solo para que Passarella no pasara al ataque. Embarraba la cancha. Dejaba el pasto alto y mojado por donde jugaba yo, para desgastar a mi marcador. Contra el Borussia armó un equipo superofensivo y cambió a toda la defensa. Sorprendimos y a los 35 minutos ganábamos 3-0” (Mastrángelo).

Para ese partido, eligió poner a Ribolzi porque “tiene más experiencia y, si hay que pegar, no se va a quedar atrás (sic)”

“Para el partido en Cali, yo estaba desgarrado. Pero el Toto me dijo ‘Usted viene igual, viejo, es importante para el grupo’ Una vez en el avión, me llevó aparte: ‘Mi informante me dijo que a los paraguayos le llenaron el hotel de minas ¿Sabe qué necesito? Ud. se pone el buzo de Boca y se pasea por el lobby. Si aparece una minita, le da charla. Y si se tiene que encamar, se encama. Usted me tiene que cuidar a sus compañeros” (Veglio)

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Para la final con Cruzeiro, se lesionó el líbero, Pancho Sá. Lo reemplazó Tesare. Lorenzo le dio esta indicación: “Las tres primeras pelotas las tiras a la tribuna. En la primera, un delantero te va a apretar, pero vos la reventás. En la segunda, lo mismo. A la tercera, el tipo ya no va más. Y a la cuarta sí, ahí salís apoyando”

“De noche, nos hacía jugar con medias amarillas; la iluminación no era buena y podías ver más fácil a un compañero” (Tarantini)

El partido desempate de esa final se disputó en Montevideo. A Lorenzo le llegó el informe de que Nelinho, el letal pateador que los había vulnerado en Belo Horizonte, había sentido una molestia en el entrenamiento. Enseguida ideó un plan: “Lo tenemos que romper, viejo. Hay que tirarle pelotazos a la espalda hasta que se desgarre”; cosa que ocurrió.

Con Bilardo, otro que bien bailaba a la hora de las triquiñuelas, tuvieron duelos tremebundos.

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“Durante el reconocimiento del estadio, Bilardo, que dirigía al Cali, se colgó de un portón del Pascual Guerrero y gritó ‘¡Lorenzo, te estoy espiando!’ El Toto se puso como loco y nos mandó a todos para adentro” (Suñé)

En realidad, Bilardo y Lorenzo eran muy parecidos. Coincidían en su obcecación por la táctica, por una ética algo endeble y por su espíritu cabulero. Tenían en común haber representado, cada uno en su momento, el modelo opuesto al de Menotti.

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Su estrella se fue apagando con los años. En 1987, Boca lo convocó de urgencia, con el equipo en las últimas posiciones. Fracasó. No logró comunicarse con los jugadores. Les hablaba del Inter de Helenio Herrera, pero los jóvenes no sabían de qué les hablaba.

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Lorenzo falleció en noviembre de 2001. Tras de sí dejó el rastro de sus hazañas y de sus extravagancias, como tantos otros en este querido y complicado fútbol argentino.